El mentiroso Chico Che

Carlos Álvarez Acevedo @CarlosAlvarezMX


No es mi intención faltarle al respeto al artista tabasqueño Francisco José Hernández Mandujano, mejor conocido como “Chico Che”. El título de esta opinión es un ardid publicitario que pretende atraer al lector. Sin embargo, es también una analogía entre el personaje que cantaba y el actual presidente de México, que comparten el mismo origen y folclor. 


“La humanidad necesita para vivir mitos y mentiras. Si uno ve la verdad escueta se pega un tiro”, indicó, alguna vez, el escritor colombiano Fernando Vallejo. Y es que si uno estudia su biografía, Chico Che no nació siendo Chico Che. Hernández Mandujano, era, al principio, un trovador serio, que podía cantar un ‘Pepe Pueblo’, pero que al final de su carrera terminó masticando un ‘¡Chi Cómo Ño!’.


Mi abuelo, en paz descanse, era un asiduo escucha de Chico Che. Obrero, de mil oficios y de clase media baja, mi pariente solía poner sus discos en cualquier ocasión, no importaba que no fueran festivos. El progenitor de mi progenitora sólo quería sentirse alegre, y con ello olvidar un poco de la maldita realidad, para no pegarse un tiro, como bien decía Vallejo. 


Francisco (Chico) José (Che) era un sabio callejero. Identificó que al pueblo mexicano se le llegaba más con alegría que con tristeza. Así creó un mito, con un personaje que vestía overoles como los que usaban los obreros para trabajar, además de unos gruesos lentes de pasta, como el de los "noños", todo acompañado de letras llenas de juegos de palabras que escondían un doble sentido, sobre todo de carácter sexual. 


El artista tabasqueño encontró el elixir mágico tropical para embriagar al compadre y a la comadre en todos los eventos sociales del populacho (incluyendo las bodas y los XV años). Su público objetivo era el mexicano al que le causaba placer ver el cine de ficheras, ese género que nació en el sexenio de Luis Echeverría y que floreció con José López Portillo. Represor y amante del color verde olivo, el primero; frívolo y despilfarrador, el segundo. Corruptos los dos, terminaron hundiendo al país.


Entendiendo que el origen es destino, habría que situar a Chico Che en ese contexto. Quizá por ello Hernández Mandujano creó el epítome de la leyenda popular, ‘La Crisis’, su banda, que con su nombre hacía referencia a lo jodido que estaba -y sigue estando- el pueblo mexicano, ese constructo artificial aprovechado por mandatarios populistas, que prometieron llorando, por dar uno entre mil ejemplos, defender al peso como un perro.


Chico Che no era un mentiroso. Me disculpo con su memoria y con la de Don Miguel -mi abuelo-, por afirmarlo en el título de esta opinión. El artista tabasqueño era un facilitador del alivio mental de millones de mexicanos, que sentían, a través de su música, cómo se transportaban a lugares más felices que el de la pinche realidad que estaban causando las malas decisiones de sus, esos sí, mitómanos líderes empresariales, políticos y gubernamentales.   


Hernández Mandujano falleció el 29 de marzo de 1989, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando la “Solidaridad” era entonces la llave de la falsa transformación nacional, una puerta que jamás se abrió. Han pasado 33 años de su muerte y las cosas en México siguen mal. En la actualidad tenemos un presidente populista que evade la realidad con sus “otros datos” y falsas afirmaciones mañaneras. 


Un mandatario nacional al que cuando se le descubren sus viles mentiras o posibles delitos, usa y abusa de su paisano Chico Che en sus monólogos matutinos. Como si el artista tabasqueño le fuera a ayudar a conservar la legitimidad que ganó en las urnas en 2018, pero que poco a poco va perdiendo en el desgaste de su ejercicio administrativo federal, que ha resultado, hasta ahora, un magno desastre. “Chido, chido, chido, chon, aquí les va este gandalla muy bueno pa'l vacilón”, pero muy, muy malo para gobernar.


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