Carlos Álvarez Acevedo @CarlosAlvarezMX
Es la primera vez en todo su mandato, desde que asumió la Presidencia de la República, que López Obrador ruega por votos a la población que aún lo avala en el cargo. No para él, según dijo, sino para su sucesor en 2024.
Durante su conferencia de prensa matutina, el político tabasqueño pidió una “avalancha” de votos, para obtener la mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Unión, y que “continúe la transformación”.
Esto es, sin duda, una muestra de debilidad. Desde la etapa de la transición y más cuando ostentó el poder el 1 de diciembre de 2018, López Obrador asumió una actitud plagada de soberbia, lo que contrasta con su última y humilde petición.
Pero tampoco seamos ingenuos. Quizá lo que el político tabasqueño realmente esté haciendo, es aplicar la Ley 22, del libro ‘Las 48 Leyes del Poder’, escrito por el estadounidense Robert Greene y publicado originalmente en 1998.
¿En qué consiste dicha “ley”? En utilizar la táctica de la rendición y convertir la debilidad en poder. “Al volver la otra mejilla, enfurecerá y desconcertará a su contrincante”, dice Greene.
“Rendirse le dará tiempo para recuperarse, tiempo para atormentar e irritar al vencedor, tiempo para esperar a que el poder de éste se diluya. No le dé la satisfacción de luchar y ser vencido por él. Capitule antes de ser derrotado”, insiste.
No hay dudas que la marcha en defensa de la autonomía del INE, llevada a cabo el 13 de noviembre de 2022, mermó el ánimo y la confianza de la autodenominada “cuarta transformación”, en ganar de forma holgada las elecciones del 2024.
Pensaban que, como si fueran Usain Bolt, cualquiera de quienes el propio López Obrador denominó como sus “corcholatas”, llegaría a la meta casi casi caminando y humillando a sus rivales en la oposición.
Pero con lo que no contaba el político tabasqueño, que azuzando a diario a sus contrincantes, lo único que logró fue que todos sus adversarios y enemigos se unieran en su contra, hartos de sus desafiantes insultos.
López Obrador es muy hábil en adoptar la táctica de ejercer una política casi bipolar, al atacar por algunos días a los asistentes de la marcha, a los que llegó a denominar “teiboleros”, para luego, casi de inmediato, recular y rogar por votos.
Primero anunció que él mismo marchará el 27 de noviembre de 2022, un movimiento obligado para mostrar músculo político, pero que no es igual ya siendo presidente, con todos los recursos a su favor, que cuando él mismo era opositor.
Su movimiento no es genuino. Ya no hay causas nobles por las cuales luchar. Ya tuvo 4 largos años para actuar en favor del país e hizo lo contrario. Ha destruido las instituciones, mismas que desde el 2006 había advertido que mandaría al diablo.
El senador Germán Martínez recordó -durante su intervención semanal en el programa radiofónico de Ciro Gómez Leya-, que el paseo de la Reforma, avenida por la cual marchará -otra vez- López Obrador, no siempre se llamó así.
La avenida más importante y emblemática de la Ciudad de México -corazón del país-, originalmente se llamó Paseo del Emperador, ya que su trazo fue encargado por Maximiliano I, durante el denominado Segundo Imperio Mexicano.
Fue hasta después del triunfo de Benito Juárez sobre el militar austriaco, cuando se dio la restauración del Gobierno republicano, que dicha avenida fue renombrada como paseo Degollado, en honor a Santos Degollado.
Sin embargo, a la muerte de Juárez, el Gobierno de Lerdo de Tejada consolidó su actual nombre en honor al proceso político conocido como la Reforma, cuando, sin éxito, los llamados conservadores intentaron derogar la Constitución de 1857.
Ello para evitar que fueran suprimidos los privilegios del fuero militar y eclesiástico, continuando así con las tradiciones heredadas de los gobiernos monárquicos en los territorios conquistados por España en América.
Es irónico que después de 165 años, un político que afirmaba ceñirse a una ideología de izquierda, que supuestamente luchó por las causas liberales, sea, como presidente, el que más haya fortalecido al Ejército en la era contemporánea.
Aspirante a emperador, López Obrador quiso emular al romano Julio César y conquistar todo el país e, incluso, soñó con extender su verborrea política hasta la comunidad mexicana en Estados Unidos y con la idílica integración latinoamericana.
Pero el político tabasqueño sólo logró parecerse a Nerón, ese fatuo, engreído y vanidoso emperador, que mientras Roma ardía, él estaba componiendo música con su lira, misma que, al final, sólo escucharon sus propios oídos.
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